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"Soy hombre de esperanza porque creo que Dios es nuevo cada mañana.
Porque creo que Él crea el mundo en este mismo instante.
No lo creó en un pasado lejano, ni lo ha perdido de vista desde entonces.
Lo crea ahora: es preciso, pues, que estemos dispuestos a esperar lo inesperado de Dios.
Los caminos de la Providencia son habitualmente sorprendentes.
No somos prisioneros de algún determinismo, ni de los sombríos pronósticos de los sociólogos.
Dios está aquí, cerca de nosotros, imprevisible y amante.
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Soy hombre de esperanza, y no por razones humanas o por optimismo natural, sino simplemente, porque creo que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en el mundo, incluso allí donde es ignorado.
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Soy hombre de esperanza porque creo que el Espíritu Santo es siempre Espíritu creador.
Cada mañana da, al que sabe acoger, una libertad fresca y una nueva provisión de gozo y de confianza.
Yo creo en las sorpresas del Espíritu Santo.
El Concilio fue una, y el Papa Juan también. Era algo que no esperábamos.
¿Quién osaría decir que la imaginación y el amor de Dios se han agotado?
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Esperar es un deber, no un lujo. Esperar no es soñar.
Es el medio de transformar los sueños en realidad.
Felices los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio para que sus sueños puedan hacerse realidad en la historia de los hombres."
(Card. Suenens, ¿Hacia un nuevo Pentecostés?, Bilbao, 1968).
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